Capítulo III del libro: Sí-mismo, naturaleza y creatividad (2020), publicado por La fundación CITAP y editado por Enrique Galán. Presenté una primera versión de este artículo en las I Jornadas Junguianas organizadas por la Sociedad Internacional para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ) en Pamplona, en marzo de 2019.
Abstract
Esta investigación establece una relación entre el símbolo del árbol y el concepto del sí-mismo tal y como lo formuló C. G. Jung. El sí-mismo, que incluye la totalidad de la personalidad del ser humano, se ha expresado desde el inicio de los tiempos mediante una gran variedad de símbolos, entre los cuáles se encuentran las diversas representaciones de lo divino. Sin embargo, también puede ser evocado mediante símbolos de índole más vulgar como puede ser la piedra o el árbol.
El símbolo del árbol, con su tronco que llega a elevarse hasta los cien metros de altura, y con su entramado de ramas y raíces, pone en relación una constelación de opuestos: águila/serpiente, eternidad/tiempo cíclico, la consciencia/lo inconsciente, padre-cielo/ madre-tierra, etc. Pero el árbol no sólo evoca la dualidad, sino que apunta también hacia la cuaternidad, pues su simbolismo está ligado a la idea de circularidad. Así, en el mito judeocristiano, descubrimos que el propio árbol del bien y del mal que está ligado a la caída del ser humano es el que permite su redención, pues la cruz de Cristo está hecha con la madera de este mismo árbol. En esta operación simbólica, el ser humano inicial que es “como un niño” es empujado hacia su proceso de individuación; esto es, hacia el desarrollo pleno de su individualidad. En el mito, el árbol se encuentra pues tanto al inicio como al final, presentándose a la vez como causa y solución. Jung expresó este proceso circular de evolución mediante la figura del rotundum, donde es necesaria la circunvalación por cuatro veces cuatro centros, y donde la posición superior que se alcanza en cada ocasión es más elevada que la inicial, gracias al paso por las fases inferiores que nos ponen en contacto con la sombra.
La poderosa capacidad que tiene el árbol para evocar algo tan esencial y central como es el sí-mismo es lo que hace que esté presente en tantísimos mitos, asociándose al eje del universo, al eje de la personalidad, al conocimiento, a la fertilidad, a la renovación, etc. En un mundo donde el ritmo de deforestación es desolador (10 millones de hectáreas por año entre 2015 y 2020. Fuente: FAO https://www.fao.org/state-of-forests/2020/en/), me parece esencial recobrar la cualidad numinosa que tiene el árbol.
Para realizar esta investigación, he amplificado los símbolos relacionados con las tres partes principales del árbol —las ramas, las raíces y el tronco— estableciendo correspondencias entre la mitología nórdica, a través del mito de Yggdrasil, y la cosmovisión del antiguo Egipto, a través del Amduat. También he recurrido al mito cristiano, la mitología clásica, la filosofía gnóstica y la alquimia. Finalmente, he entretejido estos diferentes hilos con el concepto del sí-mismo de Jung.
Vandendorpe, julio 2020
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